La violencia contra las mujeres comprende la vulneración de derechos fundamentales que afectan seriamente a la dignidad y a la igualdad de las personas. Es por ello que esta cuestión exige, en primer lugar, desarrollar una mirada crítica hacia la sociedad y hacia el estado en su respuesta institucional a este tipo de violencia pero además, necesita de una sólida construcción conceptual y contextual que ayude a hacer ver lo que muchas veces no se ha llegado a racionalizar. La violencia de género es un fenómeno complejo, de raíces culturales muy arraigadas y que requiere de un punto de partida importante: la reflexión sobre muchos preconceptos y prejuicios con los que tendremos que lidiar y desprendernos para ofrecer una atención profesional, ética y de calidad.
La vulnerabilidad en la que se encuentra cualquier mujer víctima de violencia de género aumenta exponencialmente cuando hablamos de personas extranjeras y, dentro de éstas, aquellas que no dominan ni hablan el español. En esta situación, el/la intérprete es clave para que la mujer pueda hacer uso de sus derechos y obtener una protección adecuada. Por ello, esta tarea deben realizarla intérpretes profesionales especializados en este ámbito de intervención y que, como el resto de operadores jurídicos, policiales, sociales y sanitarios, estén formados y preparados para las especificidades y complejidades que el tratamiento de la violencia de género entraña y requiere.
Con esta sección de la web se pretende abordar de forma clara y resumida los significados y significantes básicos de la violencia de género. Hablaremos brevemente sobre los
derechos humanos de la mujer y el
sistema sexo/género sobre el que se asienta la discriminación sexual, y definiremos claramente el
concepto de violencia de género: tipología, fases y mitos sociales.
CONCEPTOS BÁSICOS
Derechos humanos
El ejercicio de violencia contra las mujeres se trata de un fenómeno que sobrepasa el ámbito doméstico y personal. Todas las formas de violencia (física, sexual, psicológica y económica) están interrelacionadas entre sí. En los últimos años en la discusión sobre la violencia contra las mujeres se ha pasado a entender esta como un problema de derechos humanos, más allá de una cuestión de tipo delictivo que trasciende lo recogido en el código penal. Este cambio de paradigma implica abordar la violencia de género desde una perspectiva más amplia y de carácter estructural, en la que ya no solamente se trata de garantizar el cumplimiento de los derechos universales, sino también de potenciar una sociedad global más justa, equitativa y próspera. Las violaciones contra los derechos humanos de las mujeres son tan sistemáticas y generalizadas que muchas personas y sociedades las consideran “naturales”. Con frecuencia, el relativismo cultural en forma de tradición cultural y social puede servir de coartada para negar estos derechos humanos y el sistema sexo/género en el que se ven inmersas la mayor parte de las sociedades en el mundo es el marco en el que se producen estas desigualdades y discriminaciones.
Vulnerabilidad
La violencia contra las mujeres comprende la vulneración de derechos fundamentales que afectan seriamente a la dignidad y a la igualdad de las personas. Si bien violencia de género no es exclusiva de determinadas clases sociales, niveles educativos o condiciones laborales, existen una serie de factores fundamentales que sitúan a unas mujeres en un contexto de mayor vulnerabilidad y que en el caso de muchas mujeres migrantes es mayor derivado de la dependencia económica de sus parejas, de los niveles de formación bajos que dificultan el acceso al mercado laboral o de las situaciones de residencia irregulares. La vulnerabilidad en la que se encuentra cualquier mujer víctima de violencia de género aumenta exponencialmente cuando hablamos de personas extranjeras y, dentro de éstas, aquellas que no dominan ni hablan el español.
Sistema sexo/género
El concepto ‘sistema sexo/género’ fue acuñado por G. Rubin en 1975 que lo define como “El conjunto de disposiciones a través del que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el que esas necesidades sexuales transformadas son satisfechas". Sobre la naturaleza biológica que dota a mujeres y hombres de órganos sexuales y reproductivos distintos, se construyen social y culturalmente determinadas características que son atribuibles a lo masculino y a lo femenino. El ‘sexo’ se conceptualiza como las diferencias biológicas existentes entre varón y hembra (son características biológicas: órganos genitales externos e internos, particularidades endocrinas que las sustentan así como las diferencias relativas a la función de la procreación) y el ‘género’ como las atribuciones sociales construídas en cada cultura tomando como base la diferencia sexual, así lo masculino y lo femenino son el conjunto de ideas, creencias, y representaciones asignadas. Así pues, el género es socialmente construido y el sexo biológicamente determinado.
Estereotipos
Los estereotipos son imágenes preconcebidas que tenemos de las personas que comparten características similares (el cliché atribuido a un grupo de gente). Los estereotipos implican formas de ver y comprender la realidad de acuerdo a parámetros que no son neutros ideológicamente, sino que responden a valores y juicios de valor transmitidos a lo largo del tiempo y, en muchos casos, que se justifican como parte de una tradición o como algo natural e incuestionable. En este sentido los estereotipos de género se fundamentan en la siguiente atribución: nacer hombre implica ser fuerte, tener emotividad contenida, con escasas necesidades afectivas y mayor iniciativa; nacer mujer implica ser el sexo secundario, ser vulnerable, tener emotividad expresa, grandes necesidades afectivas, atribuyéndonos menor fuerza física y capacidad que las expone a peligros en mayor medida.
Patriarcado
El sistema sexo-género subyace en el patriarcado, concepto acuñado desde la teoría feminista y que pone de manifiesto que la organización social, sobre la que se sustentan el sistema cultural, político y económico, el ámbito individual y está basada en el dominio de los hombres sobre las mujeres. El origen de la violencia no está en el lazo familiar, sino en la condición de ser mujer.
Tipo sexismo
El tradicional sexismo que se caracteriza por el prejuicio hacia las mujeres y que es fácilmente identificable (aversión y/o clara hostilidad –también denominado 'sexismo hostil’) se transforma en las sociedades desarrolladas en otras conductas y discursos de menor intensidad pero que obstaculizan la implantación de la igualdad real, es el denominado 'sexismo ambivalente'. Este tipo de sexismo entraña la dificultad de que, al ser una manifestación encubierta y no aversiva, es de difícil percepción pero juega un papel importante en la perpetuación de los estereotipos de género. Estos conflictos entre los valores igualitarios y los sentimientos negativos se conceptualizan en lo que se ha denominado neo-sexismo en el cual uno se manifiesta contrario a la discriminación abierta pero defiende la idea de que las mujeres ya han conseguido la igualdad y, por lo tanto, no es necesaria ninguna política que las ayude, con lo que se obstaculiza la igualdad efectiva o real.
Violencia de género (definición)
“La violencia contra las mujeres es un obstáculo para la igualdad, el desarrollo y la paz de los pueblos, impidiendo que las mujeres disfruten de sus derechos humanos y libertades fundamentales” (IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres, Beijing, 1995). Desde una perspectiva jurídica, se considera inadecuado el uso de términos como ‘violencia doméstica’, ‘violencia en el hogar’, ‘maltrato en familia’, ‘abuso conyugal’ dado que soslayan el componente de género que define este tipo de violencia. El reconocimiento de que la violencia contra las mujeres no tiene un origen biológico ni es un problema estrictamente doméstico sino de género es clave para entender su dimensión cultural y estructural.
Violencia de género (formas)
La violencia tiene una dimensión más profunda que la agresión ya que atenta directamente contra la integridad personal, física o sexual de la persona. Si bien la violencia directa es la forma de violencia de género más visible y fácilmente identificable, no podemos obviar que la base del iceberg sobre la que se sustenta esa violencia es más amplia y persistente, abarcando además otras formas de violencia como son la violencia cultural (p. e. las justificadas en prácticas tradicionales) y la estructural (p. e. en forma de desigualdades laborales). De acuerdo al Consejo de Europa (2011) se incluyen dentro de la violencia directa las siguientes: física, sexual, psicológica, económica, estructural y espiritual.
Ciclo de violencia
El funcionamiento de la violencia se entiende como un ciclo que se repetirá durante el tiempo y contempla tres procesos: acumulación de tensión –el hombre va acumulando tensión, niega su estado devolviendo en ocasiones la culpa hacia su pareja y se empieza a interiorizar que la actitud de responsabilidad de las situaciones desagradables recae sobre ella–; explosión –las expectativas que él tenía de ella no se ven cumplidas y ella es sancionada por no ajustarse a un 'mandato de género’–; arrepentimiento o ‘luna de miel’ –él admite su mala conducta de forma convincente experimentando un cambio que instaura en la mujer la falsa creencia de que no se repetirá, pero la tensión se volverá a incrementará lentamente para iniciar el ciclo, nuevamente.
Mitos de la mujer víctima de violencia
En el caso de que una mujer víctima de violencia en manos de su pareja decida acudir a la policía o a la justicia se enfrenta, a su vez, a una serie de concepciones estereotipadas, también entre muchos expertos y expertas. Se identifican las siguientes: la mujer irracional (que retira la denuncia); la mujer instrumental (que denuncia para quedarse con el piso u obtener algún tipo de beneficio secundario); la mujer mentirosa (que denuncia falsamente); la mujer punitiva (que provoca a la pareja para que se le acerque); la mujer vengativa (que quiere castigar más al hombre).